Otto F. Bollnow, filósofo alemán de mediados de la segunda mitad del siglo XX, plantea que el espacio en rededor pasa muchas veces a ser un mero espacio como contenedor, contraponiéndolo al espacio como contenido: un espacio mero escenario de los comportamientos como diría Marleau-Ponty. Este postulado, este pensar del entorno, del espacio ‘vivencial’, como el mero lugar en que nos presta la existencia para desenvolvernos es el que abordo en mis últimas propuestas teniendo en cuenta que es en él, en el espacio vivencial, donde se gesta primordialmente cualquier experiencia estética, toda construcción de sentido, al ser quizás de las pocas cosas que con el otro tenemos en común para compartir, y que por tal razón, como dice el mismo Bollnow: “es digno de ser considerado seriamente en toda la plenitud de los hechos trascendentales experimentados en él”.
Así pues, en la presente obra reflexiono hasta qué punto se puede mediar en la composición de una obra con el uso directo del espacio circundante, es decir, del espacio vivencial, para permitir así que el espectador pueda integrarse a dicha obra, pueda interactuar, ajustarse y desajustarse, recomponerla y, literalmente, desde ciertos recoirridos, hacer parte.